miércoles, 22 de abril de 2020

La pandemia de la mediocridad es otra pandemia


Mi amigo (espero no ser pretencioso, al menos yo así me considero De el: un amigo 😃😜) y pileño de pro, Juan Maria De La Cuesta Berrocal , llamó la atención en un post de FB sobre la ausencia de líderes reales no solo para afrontar la pandemia sino la post-pandemia. No puedo estar más de acuerdo. Me dio así la idea de esta que estoy escribiendo nueva reflexión. Y añadiría a lo que el dice que lo que sobran son mediocres arribistas solo preocupados por imponer sus propias concepciones del mundo a los demás. En esas ideas, ¡qué casualidad!, siempre es constante la de que el poder debe estar en sus manos. Para ellos de natural es que los que manden sean los de su cuerda. No conciben que otras maneras de ver el mundo tengan razón. Adulan al que manda, sectarios, acríticos y ávidos de consignas. Y encima, tienen la piel finísima y se ofenden por quienes se atreven a advertirles de que el rey, es decir sus jefes, está desnudo.

No infrecuentemente son drogadictos dependientes del privilegio concedido o del “carguito” al que aspiran a costa de lo que sea. Llegan a puestos de poder con el mínimo esfuerzo posible, sin méritos sólidos y trabajados. En el caso de los políticos saben que los electores y sus aspiraciones son lo de menos.  La mayoría de veces su cometido consiste en ser políticamente correcto; por ello proponen poquitas ideas propias cuidándose de no contradecir lo establecido ni a los que mandan en el partido, que son los que de verdad eligen a los que irán en las listas. Pasan desapercibidos las más de las veces pero actuando con diligencia ante las órdenes del lidercillo, cabecean  diciendo “SI, Bwana” al que etiquetan como superior. Jamás critican las tropelías que cometen aquellos a los que les lamían semejante parte. Silban mirando al cielo o simplemente para otro lado.

Alain Deneault (Outaouais, Quebec, 1970) es un filósofo de izquierdas, Canadiense; en su obra “Mediocracia: cuando los mediocres llegan al poder”, los cala bien y los clasifica en cinco tipos:

1. El hombre “roto”: ser humano víctima de sus propias contradicciones.
2. El “mediocre por defecto”: Un sujeto crédulo, se cree todas las mentiras que le cuentan desde arriba.
3. El “mediocre entusiasta”: Maestro en intrigas, siempre está disponible porque no acaba de creer en nada.
4. El “mediocre a su pesar”: son los que saben y ven perfectamente las miserias del poderoso pero miran para otro lado por tener hipotecas actuales o pasadas que pagar. Lo hacen por ellos mismos o sus familias.
5. El mediocre “ex-valiente” (para mi el peor): un tiempo denunciaron las maniobras corruptas del poder y se opusieron hasta que recibieron una oferta tentadora y cayeron del caballo para incorporarse a las ventajas de la proximidad al privilegio.

Y están por todas partes...

Están, desgraciada y especialmente, también en la universidad. En la misma las estructuras están pensadas para alojar un ejército de supuestos “expertos” que bloquean el desarrollo del talento y la creatividad de los más jóvenes, que en gran cantidad, se ven obligados a emigrar para poder progresar en sus vidas y profesiones. La endogamia de los departamentos, altamente burocratizados, establecen reglas no escritas que o las respeta o pasas al ostracismo más cruel y opresor.

También se expanden los mediocres entre las empresas públicas y privadas. Siempre están atentos al mantenimiento de las formas correctas y no fallan en sus asistencia a cualquier evento o sarao público. No se pierden ni una ocasión de dorarle la píldora a los jefes. Acuden perfectamente uniformados con su corbata y chaqueta en ristre por mucho calor que haga, aunque si la fiesta es ibicenca, de blanco inmaculado irán. Ríen y ríen y vuelven a reír, nerviosamente, muchas veces sin saber porqué, asegurándose de ser vistos en su espúrea alegría, cerca del lidercillo. Insignificantes y Patéticos. Y cuando en virtud de favores que no de verdadero mérito ascienden se rodean de más y más mediocres, bloquean el ascenso de los mejores para evitar sombras molestas. Ni viven ni dejan vivir.

Y qué decir del ejército de comunicadores sumisos, aplaudidores, muy políticamente correctos que han devenido en voceros del poder político de uno u otro color y que, si hace falta, se vuelven pateadores del disidente. Escriben -creen que bonito- para defender lo institucionalizado. Su misión: la desmovilización y el despiste del personal, impedir que tomemos conciencia de realidades incómodas. Nos enfoca en el despiste para cegarnos parte del campo de visión. De lo que no interesa al poder, no se escribe. Y lo que no queda escrito no existe. Sin verbo no hay carne. Silencian al intelectual díscolo, libre, que opina sin estar sujeto a ningún grupo de presión.

Y, claro, si están en la vida académica o en la económica, si la mediocridad está lampando en toda la sociedad, como no lo va a estar en la política. Esta no es más que reflejo de la sociedad que representa. La política debe ser el arte de lo imposible. Si los políticos deben ser los servidores públicos que nos dirijan en la buena dirección ¿lo harán correctamente los mediocres?

Espero ansioso la aparición de auténticos líderes. Espero a gente valiente, audaz, imaginativa y clarividente. Hacen falta personas con vocación real de servicio a los demás, que antepongan el interés general al partidista o al propio individual, o familiar incluso. Es vital que aparezca el mirlo blanco que sea capaz de poner orden en los buenos valores y que nos impulse a todos a la práctica natural de la solidaridad y el amor.

Ya está bien de cálculos electorales; ya está bien de maniobras orquestadas en la oscuridad de tenebrosos despachos, herméticos y opacos. Ya está bien de manipuladores sociales a través de encuestas y medios de comunicación. Ya está bien de especuladores que usan el dinero para amasar más dinero sin producir nada. Ya está bien de decir una cosa y luego la contraria para más tarde hacer otra. Ya está bien de cambios sobrevenidos en opiniones y actitudes en función de cómo vayan los sondeos electorales. Hacen falta líderes con mirada larga que forjen sistemas que fertilicen la sociedad para que en la misma nazcan y se desarrollen individuos libres, fuertes y más líderes dueños de su propios destinos.

Hace falta luchar contra la mediocridad que nos mete el miedo en el cuerpo y nos paraliza. Ese miedo que solo está en nuestra mente y que hace que callemos, que seamos sumisos, que no saquemos los pies del plato para no molestar, para protegernos falsamente. Ya no admiten ni las opiniones civilizadas contrarias a sus postulados. Si vencemos a ese monstruo que nos infecta y que nos aterra pondremos en peligro a tantos y tantos mediocres que falsamente y solo en lo que les conviene utilizan torticeramente el aforismo aristotélico de que la virtud está en el punto medio, ese punto medio que cuando se trata de la vida o de la muerte solo lo aprecian y defienden los cobardes.

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