Un niño y un padre
Os voy a contar una historia. Es la historia de un niño que
se impregnó de un ideal gracias a su padre. Era una esponja y creció
adquiriendo valores de solidaridad, de respeto al ser humano…de amor. Su padre
era campesino. Trabajaba de sol a sol y
aunque físicamente casi no lo veía lo tenía presente constantemente. Su madre,
amorosa y ama de casa a la antigua usanza, le hablaba de él y de sus valores. Y
en los escasos ratos de convivencia de la familia completa –también con sus dos
hermanos mayores-, ya era por la noche en el día a día o cuando en las
vacaciones o fiestas le ayudaba en las labores del campo surgía una
comunicación de calidad entre padre e hijo. No hacían falta palabras, aunque
las había. La comunicación no verbal era permanente, había una ejemplaridad en
todos los actos de su padre y en las conversaciones que le oía mantener con su
madre o con otros adultos. Todo lo que expresaba ese ser grandioso, su padre, estaba
basado en la honestidad radical, en la seriedad, en el respeto a sus mayores,
en la tolerancia a la opinión ajena, en el amor a su trabajo como medio de
ganarse la vida para él y su familia. La profesionalidad como valor
fundamental, el gusto por las cosas bien hechas.
Su familia. Para su padre era lo más importante: el sentido de
su vida. Aunque defendía y se sentía responsable del núcleo fundado por él y su
esposa, jamás se olvidaba de sus padres y hermanos. Sufría con las rencillas
familiares entre ellos; buscaba la armonía, aún a costa de su sufrimiento o su
renuncia. Ese amor por sus hermanos y familia en general lo transmitió a sus
hijos, entre los que se enorgullecía de estar. Les transmitió que nada material
podía estar por encima de su fraternidad. Y que la mentira “tenía las patas muy
cortas”: “Hijo mío, con la verdad se llega a todas partes”.
El niño creció escuchando de su padre historias de la
postguerra, de la represión franquista en su pueblo y alrededores, en España en
general. El niño adquirió miedo a la manifestación libre de su opinión política
–“no te señales hijo”. Su padre, aunque le gustaba la política y opinar de los
asuntos públicos, solo lo hacía en privado; cerraba la puerta de la calle con
cerrojo “no sea que me escuchen los falangistas”. Tenía miedo a las represalias
del poderoso pues las había visto y vivido muy de cerca. Ese miedo se te mete
en los huesos y no te abandona en toda tu vida. Con la represión organizada de
una dictadura sientes que si defiendes públicamente tus ideales, si luchas por
lo que entiendes que es justo contra el poder establecido estás poniéndote en
riesgo no solo a ti sino también a tu familia. Y si no eres un héroe, o no
tienes vocación de ello, en medio de un ambiente represivo y dictatorial, el
atrevimiento tiene riesgos difíciles de asumir.
El niño escuchó de sus padres que había que esforzarse. Su
padre solo quería para sus hijos un mundo mejor que el que él tuvo en su
infancia; y por eso no quería que fuesen del campo. No le gustaba el trabajo
del campo para sus hijos. Veía el trabajo en la agricultura como duro, desagradecido,
imprevisible, escaso, mal remunerado, humillante a veces. Sin embargo a él le
gustaba. Dominaba todas las tareas del mismo. Le encantaba la viña y sus
labores: la poda, la recogida de sarmientos, la quema de los mismos para hacer
cisco, el arado de la tierra, la castra, el sulfato, la corta de la uva… O su
huerta: medio de vida fundamental. Recogía sus productos por la tarde y los
comercializaba por las mañanas. Vendía y pregonaba en pueblos cercanos lo
recogido en la cosecha cada día: tomates, melones, sandías, pimientos, rábanos,
lechugas, cebollas, ajo… Y se ganó el cariño de los lugareños. El niño, su
madre y sus hermanos también vendían: ambulante en la plaza de abasto o de
puerta en puerta: “¿niñaa, quieres rábanos?!” “Dame dos manojitos”. ¡Qué
felicidad cuando consumaban una venta! ¡Qué decepción si no vendían!
Sin embargo el padre quería para sus hijos un oficio, pero
no el del campo. Y lo consiguió. Todos sus hijos tienen oficio hoy en día.
Todos sus hijos aman a su oficio. Todos sus hijos son profesionales reconocidos
en sus profesiones, manteniendo a su familia con la dignidad que él le
transfirió. Son trabajadores como él quiso que fueran: honrados y abnegados.
Incluso consiguió con su esposa darle estudios
universitarios a uno de sus hijos: el niño de la historia. Un niño que ya es
adulto con valores y miedos, serio y honesto, trabajador, sensible, a veces
impulsivo, que ama a su familia, que ama a su tierra, que sigue luchando por el
ser humano en sentido amplio porque cree en la vida, cree en la providencia de
la vida, y cree que volverá algún día a ver a su padre, a fundirse con él y su
energía…eternamente…
“…Y QUISE RECORDARTE, PADRE,
LLENO DE TRISTEZA
…
PORQUE TU TE FUISTES
PORQUE TU TE FUISTES
DONDE LAS ESTRELLAS
LO MISMO QUE EL HUMO
DE NUESTRA CANDELA
LO MISMO QUE EL HUMO ¡PADRE!
DE NUESTRA CANDELA…”
LLENO DE TRISTEZA
…
PORQUE TU TE FUISTES
PORQUE TU TE FUISTES
DONDE LAS ESTRELLAS
LO MISMO QUE EL HUMO
DE NUESTRA CANDELA
LO MISMO QUE EL HUMO ¡PADRE!
DE NUESTRA CANDELA…”