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viernes, 15 de julio de 2016

El tamiz social, la conciencia y el miedo a la libertad

El despertar

Se despertó y abrió los ojos como quien nace a la vida. Percibió el ambiente frío en su cuerpo como quien sabiéndose vivo siente intensamente. Además de pensar en lo mal que había dormido, apareció en su pensamiento la segunda queja del día: ¡qué clima tan malo, joder! Sintiéndose cansado salió de la cama como pudo; le dolía todo. Fue a la ducha tembloroso, tambaleante, y se despabiló bruscamente con el chorro de agua fría inicial, antesala de la caliente que aún no había llegado a su destino para cumplir su misión: asear su cuerpo sin molestarlo, quizá más bien relajándolo para afrontar el día naciente. Sentía el agua como su cómplice fuerte y servicial. A medida que resbalaba por su cuerpo le entregaba su cansancio confiado, a ciegas. El agua así se llevaba su somnolencia y desgana...y hasta su tristeza y apatía. Acabada la ducha, se secó con la toalla grande y suave que le ayudó a despedirse parcialmente del líquido elemento una mañana más.

Mirándose al espejo se afeitó, se peinó y se observó largamente. Lo hacía con sus propios ojos sin saber que se evaluaba desde la óptica de los seres extraños con los que se encontraría a lo largo de la jornada que estaba naciendo. Elegía el vestuario, sus zapatos y se acicalaba según parámetros incrustados y ocultos en su inconsciente, como aguijones disfrazados de roles sociales que les fueron asignados sutilmente.

La angustia vital

Ya disfrazado salió al escenario del mundo. Ese día sintió su disfraz como armadura oxidada y opresora. Percibió dentro de sí un submundo de luchas a codazos por ser auténtico. Y advirtió que le enfadaba y entristecía. Mientras bajaba en el ascensor, mientras viajaba en el autobús de línea, su angustia crecía y le aceleraba el corazón; Sentía ahogo y deseos de gritar con los dientes al aire para defenderse de la monotonía y uniformidad. Su pecho constreñido lloraba de rabia impotente. Buscaba sin entenderlo su libertad de no aparentar al exterior lo que no quería ser desde lo más íntimo de sí mismo. Y no sólo era lo físico o material. Era el cumplimiento de roles sociales sin sentido o, al menos, que él no entendía. ¿Porqué tenía que cumplir un horario? ¿Porqué debía obedecer a burócratas sin alma? ¿Porqué no le daba rienda suelta a su creatividad?

Dominando sus impulsos por responsabilidad -¿o quizá por miedo cobarde?- fue pasando el día zarandeado de un lado a otro, receloso y suspicaz; le molestaba hasta los colores de los vestidos de las personas con los que se topaba. Y así fue quedándose encima de la malla filtrante de la interacción humana. Por experiencia sabia que las sociedades humanas criban a sus componentes exigiéndoles apariencia. Por las luces de malla de los filtros del tamiz social solo pasan aquellos que se amoldan a las convenciones impuestas por los poderosos. Cada cual incluido adopta un camuflaje que se adapta a lo exigido por los manipuladores.

Primera Rebeldía

Aquel día el volcán rebelde de su esencia erupcionó. Su médula quería acoplarse con su apariencia. Creyó que esa coherencia del fondo y la forma le daría La paz en la felicidad, la eliminación del sufrimiento por la anhelada ausencia de todo deseo, la tranquilidad de la reconciliación consigo mismo, la capacidad de amar a los demás incondicionalmente y de amarse a sí mismo sin reproches. En realidad, reclamaba su individualidad.

Freno al rebelde: la búsqueda de explicación

Pero nuevamente reparó en que era humano. Y en que, a veces, si un ser humano por ser fiel a sí mismo era indiferente a sus semejantes, a sus exigencias de pertenencia, como ser social que es, tal vez dejaba de ser "humano". Reflexionó que por ese camino era posible que la propia indiferencia de la opinión de los demás le llevaría de nuevo a una angustia nueva y vieja a la vez, a la desazón derivada de la exclusión y de la marginación social. La sociedad en su conjunto puede ser indiferente al individuo pero éste no puede ser imperturbable a aquella y sus reglas. Esta idea le entristecía porque, en el fondo, quería opinar lo contrario: que lo deshumanizaba, que lo convertía en marioneta sin alma.

Y básicamente tenía que comprender que su esencia se manifestaba en su apariencia y que su autenticidad emanaba de la mezcla de lo que quería manifestar, lo que le pedían los demás que manifestara y, por fin, de lo que realmente manifestaba. Debía tomar esa autenticidad como cambiante y dinámica, adaptada en la síntesis de lo externo e interno, de lo material y espiritual, resultado del pasado y presente mezclados con los anhelos de futuro. Comprenderlo significaba aceptarse a sí mismo, quererse y así vivir tranquilo, sin soberbia, con conformidad, aunque sin servilismo, sin esclavitud.

Segunda rebeldía

Pero no. Había algo en su interior que no podía dominar. Ese algo reclamaba, altanero y seguro, la dignidad de ser distinto. Le demandaba atenciones no desmesuradas sino necesarias. Hay un grito constante dentro del ser humano que le exige coherencia a sus opiniones y sus actos con la verdad, con la belleza y con la bondad.

Segunda explicación: la conciencia y su formación

¿Qué era ese algo? Tal vez es la voz de la conciencia evolucionada. Es como la brújula que guía al marinero en mar abierto, es lo que nos guía en el devenir de nuestras vidas. O la seguimos o caemos en el pozo de la infelicidad y la alienación. El eclipse de nuestra conciencia y sus designios se produce transitoria pero largamente a veces, y entonces a la conciencia propia no se le escucha. Se usan distracciones y creencias impuestas desde fuera. Esos eclipses los producen diversas elementos y toman cuerpo en forma de drogas, o de juegos o de circos con espectáculos que sólo distraen o entretienen sin exigencia de esfuerzo intelectual o participación activa y al margen de toda regla ética. Pero como todo eclipse nunca las distracciones son permanentes. Para la conciencia propia que es persistente y perenne la resignación no existe. Es inconformista ante lo que considera confuso o desorientado de lo verdadero, bello o bueno.

¿Cómo se forma esa conciencia? ¿Es totalmente libre el ser humano para elegir sus bases de conciencia? Influye la biología y la educación recibida desde la familia, la escuela y las interacciones sociales. Pero... ¿en qué proporción influye una u otra?. Pensó que debía haber algo más. Los azares de la vida nos condicionan en nuestras creencias y visiones del mundo y de nosotros mismos. Son marcajes constantes desde que somos concebidos los que recibimos del exterior que al mezclarse con nuestras opiniones en nuestra cocina interior condicionan la formación de nuestras conciencias. Y según las mismas así son nuestras acciones con nosotros mismos y con la sociedad.

Un momento...¿"quién" es la "conciencia"?

De pronto reparó y vio que en realidad no le angustiaba en sí mismo su no afirmación individual. Comprendió que nadie externo sino que más bien él mismo era el que realmente le impedía expresarse y afirmar su individualidad diferenciada. Su conciencia era realmente él mismo de manera total y ontológica. Aunque quede la duda de si el ser humano tiene una base de conciencia común interconectada o somos múltiples conciencias individuales que simplemente conviven.

La razón o causa: el miedo

¿Porqué se angustiaba? Por los miedos inoculados en su alma. Y fundamentalmente entre esos miedos está el que se refiere al rechazo social que en realidad no es más que el miedo a la soledad referida al de la persona no querida, no respetada ni valorada. Y también está el miedo a la pérdida del control propio, a ser oprimido y encarcelado...a no ser autónomo.

La solución

¿Cómo vencer al miedo? Afrontándolo, atravesándolo. Solo con el movimiento valiente de encararlo comprendería que los miedos son humo fugaz, que carecen de realidad material. Debía actuar como el niño que, angustiado, entra obligado en el terrorífico cuarto oscuro y, una vez dentro, comprende que el terror no tenía motivo real pues el cuarto está vacío, inerte, neutro y tranquilo. Solo existía el miedo en su imaginación. Fuera todo era paz y serenidad.

La valentía de vivir

Alegre decidió encarar sus miedos sintiéndose libre para elegir los caminos de su vida. Disfrutó alegre de la conquista de su libertad y, sobre todo, aceptó las consecuencias de la misma, aunque entre ellas estuviese la incomprensión social a sus opiniones e individualidad. Y asumió que no podía escaparse a las consecuencias de sus elecciones y decisiones. Así, fue feliz sintiéndose vivo y humano...feliz y tranquilo en su valentía.