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sábado, 18 de enero de 2014

El remiendo postizo

¡Tú te callas, que aquí eres un remiendo postizo!

Como un trueno sonando haciendo temblar todo lo que pillara a su paso me lo dijo alguien a quien yo quería y que me quería: la abuela de mi mujer y la "nana" de mis niños. Tenía fama de cascarrabias, hipocondriaca y "saboría" (en el diccionario andaluz:  "Dícese de la persona que, dada su falta absoluta de gracia, sentido del humor y dinamismo, está más próximo en la cadena evolutiva al geranio que al homo sapiens. (Todo ello sin desmerecer la importancia del Reino Vegetal)"). Pero ya se que no le iba ninguno de esos calificativos. Tenía sentido del humor y cuando te ganabas su confianza te incluía en su "familia" y sólo entonces daba la cara por tí, te respetaba y te amaba. Pero mientras llegaba esa consideración a su corazón era desconfiada y a veces incluso maleducada, como instinto de supervivencia en una selva llena de fieras. 

Y es que no era más que una superviviente digna de la postguerra española, que sacó como pudo pero con honestidad y mucho amor a su hija y a la familia de su hija adelante...sufriendo el rechazo social de la época que le tocó vivir. Y consiguió integrarse en la "selva". Sin formación académica pero con valores y fortaleza mental y física curtida en una vida de trabajo y lucha, trató a su hija, a sus nietos y biznietos defendiéndolos como gata preñada. No dudó nunca en interponerse entre los agresores y ellos. Los acogía en su regazo con un amor protector que les dejó huella y que aún recuerdan con lágrimas en los ojos por su ausencia física sin solución por su muerte y la echan de menos cuando en sus vidas necesitan y reclaman apoyo, compresión y mimo, sin que les pregunten. 

¡Ea ah...la niña de su mamá, 
ea ah... La niña de su papá!
¡Ea, ea, ea...ea, ea...ah!
Que el picarón del sueño
Ya le va a picar!

Pero diferenciaba quien era de su sangre y quién no. Y yo no lo era; yo era inicialmente para ella un "remiendo postizo" porque creía y decía que "los novios son como los mocos, te limpias uno y vienen otros". Entre cabizbajo y humillado el orgulloso de mí se calló, no tenía nada que hacer ante una fuerza de la naturaleza y uno era educado para contestarle a una señora mayor. Pero había algo que me decía: "tiene razón, ¿quien eres tú para meterte donde no te llaman? ¿Acaso cuestiones que sólo entienden aquellos que tienen parentesco de sangre deben ser objeto de opinión interesada por quién no posee dicho vínculo?

Esa anécdota fue y es recordada en la familia como algo jocoso. Pero ella en ese momento se ganó mi respeto. Desde ese momento se establecieron las posiciones y cada cual quedó en su sitio. Y yo la quise desde entonces cada vez más, aunque a veces mi ego herido se molestaba recordando el momento. No hubo nunca más un mal gesto ni por mi parte ni por la de ella. Y sé que me llegó a querer y casi a preferirme a otros consanguíneos en según qué circunstancias. ¡Ay, cómo cuidó a mi niña recién nacida!, ¡cómo me dió la cara cuando más la necesitamos mi mujer y yo!

Y es que todo humano tiene un orden en su escala de consideración de sus semejantes. Y en ese orden, quiérase o no,  predomina el orden familiar. Quien no comprenda esta concepción de la familia y sus relaciones no encajará nunca bien cuando decida vivir en pareja o casarse. Están los padres y luego los hermanos y luego el resto. Los que vienen de fuera son familia"política" que sólo con el tiempo y con sus acciones adquieren el derecho al lazo afectivo inquebrantable. Pero siempre comprendiendo y aceptando que cada cual puede criticar a los miembros de su familia de sangre pero el "advenedizo" nunca, porque si lo hace se encontrará con el rechazo y en un entierro en el que nadie le ha dado vela. 

El núcleo familiar está siempre al quite de todo: cuando desfalleces por la enfermedad, por los amores fracasados, por la economía precaria, por los errores de la vida en general. Cuando no tienes donde ir, miras alrededor y siempre terminas en tu familia. Y hasta los llamados "expertos" en economía y sociología lo dicen: la red familiar ha sido lo que verdaderamente ha sostenido a los individuos víctimas de la terrible crisis que nos asola.

Por eso hay que sembrar en vida, no hay que dejar nada para después o por si acaso. Una familia desestructurada siempre lo es porque alguno de sus miembros no ha asumido su rol, a veces incluso sin ser consciente de ello.  Todo núcleo social humano tiene un orden. Y en el sistema familiar hay que darlo todo por los hijos, por los hermanos, por los padres, por los abuelos...por la familia. Deben ser sus miembros los prioritarios en la atención y en la escala de valores de consideración de los demás. Ni el Estado ni Cáritas ni ninguna institución humana te sacará de ningún atolladero si tu familia no te quiere. Y no me refiero solo a lo puramente material, sino también a lo emocional y espiritual. Al respecto ya aprendí también de la "nana" que "si, sólo se dispone de un mendrugo de pan en una familia, el mismo se reparte entre sus miembros, y nadie muere entonces de hambre".

sábado, 4 de enero de 2014

El TIEMPO


Se dice que el pasado no existe, pero quedan sus enseñanzas. La memoria: ¿se va perdiendo? Me gusta creer que no, que hay algo en nuestro cerebro permanente, inalterable al tiempo. Otra cosa es tener consciencia de su presencia. Quedan los recuerdos reclamando su sitio en el presente a veces para bien y otras para mal. Los recuerdos nos conforman resultando de ellos lo que somos ahora. Nos generan dicha unas veces y desazón y desasosiego otras. Pueden avergonzarnos o enaltecernos. Son sombras que siempre están, visibles o no, pero conformando nuestro ser esencial, todo lo que somos. Seguro que lo que no recordamos pero ya vivimos se manifiesta en nuestros dichos, en el tono de nuestras voces, en nuestros gestos y reacciones, en nuestro carácter y temperamento. Condicionan nuestras relaciones y dan como producto el ser humano individual que todos somos ahora. 

El ahora. Está de moda. Se dice que sólo existe el presente, es verdad, pero es efímero y vertiginoso. Pero ha de saborearse con los ojos cerrados. Y tocarse con la inmensidad de toda la piel que nos envuelve. Oír sus sonidos en todas sus escalas y oler sus aromas impregnándonos de su esencia. Y con todo, ser capaz de ver lo físico y lo inmaterial. En definitiva, sentir intensamente desde el placer al dolor. Sólo así sabremos que estamos vivos.

Se dice que el futuro no existe, pero en él están instaladas todas las ilusiones y todos los sueños. Hay Incertidumbres porque siempre hay algo que no controlamos, suposiciones que no son reales, prejuicios basados en creencias erróneas e incluso prospectivas basadas en fría estadísticas sacadas de extrapolaciones de hechos pasados. Y así, lo que se dice del futuro puede no llegar a ser real nunca; nunca: da miedo una palabra tan contundente y definitiva. 

Pero lo definitivo es lo que le da carta de existencia al tiempo. Y desde el punto de vista del ser humano y sus limitaciones solo hay una cosa definitiva: la muerte. Es la única certeza. A partir de su constatación, a partir de la toma de conciencia de su existencia, surgen los consuelos privados y colectivos disfrazados de religiones e ideologías. Es decisión íntima tener fe o creer en ellas.

Y si todo tiene un principio y un final ¿cuál fue el principio del propio tiempo? ¿Cuándo empezó todo? No hay científico que lo haya aclarado. Por ello solo conjeturas poéticas nos puede hacer pensar en su origen. El convencimiento de que existe puede que sólo esté en la conciencia del hombre que, nuevamente repito, se sabe mortal. Y entonces tras constatar esa certeza atisba otra: el único principio al que puede darle carta de veracidad es a su propio principio individual o al de los seres unívocos que le rodean. El ser humano con su conciencia vive la ilusión de controlarlo todo. Pero no puede controlar el tiempo. Este pasa inexorablemente y hagas lo que haga no se para nunca... implacablemente nunca. Y sólo empieza cuando nace el hombre a la vida. Y, entonces, le empiezan las prisas. La mayoría quiere vivir todo en una espiral de ambición desmesurada por controlar el mundo que nos rodea. Pero en el fondo sabe que no tendrá "tiempo suficiente" para llegar a ese todo, a abarcar el saber completo, a poseer lo material, a perfeccionarse a sí mismo hasta el ideal del superhombre, a ser aceptado por todos sus semejantes... Y he aquí que aparece el más allá. Sin pruebas comprensibles por el ser humano solo le queda a éste la decisión de creer o no. Y creyendo en la eternidad, en el "no tiempo", la angustia vital disminuye autoconvenciéndose de que su vida no es inútil, de que no carece de sentido. 

¿Y el final? El de todo tiempo es un futurible. La conversión del todo en la nada ¿llegará? Creer eso es creer sin fundamento. De momento solo sabemos que todo se transforma, pero hay esencias que quedan en forma de "átomos", de partículas indivisibles que aún no conocemos del todo. Por lo tanto el final de nuestro tiempo es el final de nuestras vidas tal como las conocemos, caminando hacia una transformación que nos funde con la naturaleza. Nuestros "átomos" se separan y se reúnen con otros "átomos" en unos bailes nuevos azarosos e imprevisibles.  

Por lo tanto, si no podemos saber si hubo un principio ni sí llegará un final ¿se quiebra la idea del concepto de tiempo lineal? ¿Será más real el tiempo cíclico de los orientales? ¿Ocurrirá todo a la vez? En la naturaleza todo son ciclos que se repiten al marcado de la rotación incansable de la Tierra sobre sí mismo y alrededor del sol. Y así se da en todo el universo.
Me gusta pensar que volveremos a vivir tras acabar esta vida, pero ¿será de nuevo en el tiempo?