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domingo, 24 de mayo de 2015

El trapecista y la red de seguridad



El trapecista que quería aprender llegó al Gran Circo lleno de ilusiones. Había trabajado en otros circos más pequeños. Había aprendido las bases teóricas y adquirido experiencia en ellos, pero no había llegado a lo máximo de su profesión de trapecista por motivos obvios de oportunidad y espacios. El Gran Circo era su gran oportunidad. Conseguiría cotas de habilidad y sabiduría gracias a las posibilidades  del mismo y gracias al encuentro con grandes maestros que ya trabajaban allí hacia tiempo.

Trabajó duro y aprendió mucho. Pero nunca tenía bastante con lo que aprendía. La actuación ante el público en solitario la fue demorando por años. No se atrevía hasta no haber aprendido lo suficiente. Aunque era un brillante trapecista siempre actuaba con el apoyo de alguien más experto que el, para aprender los aspectos de la disciplina que le faltaban. Quería seguridad y nada de precipitación. Perfilaba nuevos aspectos que incorporaba a sus conocimientos y experiencia. Cincelaba poco a poco el gran trapecista que un día sería con acrobacias cada vez mas arriesgadas.

Y así fueron pasando los años sumido en una mezcla de ilusión y miedo a la realidad de ser maduro en su profesión. Fue envejeciendo mirando siempre desde abajo a los compañeros expertos trapecistas que le decían que la sabiduría completa nunca se tiene en ninguna disciplina humana. No era capaz de ver errores en sus maestros, no los visualizaba como humanos que eran. No se daba cuenta de que lo que buscaba en ellos no era solo el aprendizaje sincero de su disciplina. Buscaba con tanta dilación en asumir el rol del artista consagrado, camuflar su cobardía ante la soledad del líder en la ejecución. Buscaba en sus maestros tener la red de seguridad que todo trapecista tiene ya, sin darse cuenta de que así no saldría nuca de su mediocridad. Sin darse cuenta de que los riesgos y los miedos siempre existirán en esta vida. Y aunque nos hacen vulnerables, la vulnerabilidad viene de la vergüenza y esta es el pantano del alma, hay que atravesarla con botas de agua para no ahogarse en ella.

Y de esta forma, el accidente de un compañero líder lo puso en la realidad.  Comprendía que en los azares del desarrollo de la vida, en aquellos que dependen de la voluntad humana, la suerte no existe. Las que existen son oportunidades que se aprovechan o no cuando se presentan. De ese aprovechamiento surge la suerte de cada cual y cada uno es responsable de cogerla o soltarla.  Y por ello se atrevió y actuó en solitario.Y desde entonces fue teniendo éxitos, pocos y poco a poco. Su confianza en sí mismo creció hasta sorprenderse haciendo saltos y piruetas cada vez más complicadas sin ayudas externas. Llegó incluso a sospecharse experto. Sentía fuerza interior para demostrar lo que podía llegar a ser.

Pero más pronto que tarde tuvo un accidente y cayó al vacío. Se equivocó en una voltereta, se contracturó y no agarró la cuerda que debía sostenerlo. La soberbia de creerse infalible por lo que ya había aprendido le hizo actuar sin red de seguridad para que el espectáculo fuese aún mas sublime. Se rompió algunos huesos. Quedó inutilizado para la profesión para la que había dado su vida. Y entonces se dio cuenta, tarde ya,  de que las redes de seguridad hay que tenerlas siempre y que estas no son ni tus maestros y sus enseñanzas ni la sabiduría o experiencia que adquieres en la práctica. La sabiduría humana es un pozo sin fondo que siempre has de ir rellenando si no quieres que se quede seco.  Las redes de seguridad reales que nos ponemos son nuestro mensaje permanente de que ni somos ni seremos perfectos e infalibles. Somos seres humanos y los seres humanos se equivocan cayendo en errores que lo hacen crecer eternamente mientras estén vivos. Esa es la diferencia del líder con el mediocre, la asunción de la falibilidad para crecer siempre y así aportar sentido a nuestras vidas. Pero sin olvidarse de poner la red de seguridad, asumiendo la imperfección de la misma.