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domingo, 17 de mayo de 2020

EL VERDADERO PROBLEMA

El problema, ¿cual es el problema?

Cada vez estoy más convencido. No son el problema los enfermos ni los muertos por causa de la pandemia.

El miedo a la enfermedad y/o muerte nos llevó a la obediencia ciega. Nos ha mantenido en la confianza en el general de los ejércitos que nos llevaría a la Victoria final. ¿Sacrificio?: El que haga falta, confinamiento y arruinamiento incluido. La victoria, es decir, la superación de la enfermedad y sus consecuencias merecerían la pena. No corresponde al soldado pensar la estrategia ni la táctica. Solo la ejecución de las órdenes es su misión; la tropa se expone confiada al enemigo sabiéndose vulnerable pero controlando su miedo con la moral alta y el corazón caliente. Merece la pena el sacrificio por los demás.  Da igual que no se tenga uniforme ni material defensivo. la información se supone que la tiene el general. Y Mientras el cuerpo aguante, todo sea por la patria.

Pero la guerra ha avanzado y la victoria no llega. El cansancio apareció y por ello se decretó una tregua. Todos reposamos alegres con el espejismo de que el final está cerca. Pero hay una verdad incómoda que se oculta y no se airea: No reparamos en que el enemigo aún está bien vivito y coleando. Es escurridizo y cambiante. Golpea cuando puede sin piedad. Desconcierta al profesional mejor preparado. No sabemos como vencerlo. Es invisible. No hay vacuna. No hay tratamiento.

¿Todos alegres? Ya no.

No todos siguen instalados en las risas y la paciente espera. Ha empezado la impaciencia. Surgen dudas. La desesperanza sube de grados y con ella el enfado por el desengaño. Aparecen las primeras deserciones. Y acompañándolas, tras tímidos intentos pidiendo explicaciones, explotan las protestas activas. Se escuchan los desafinados gritos de las aporreadas cacerolas, sin cámaras, sin difusión mediática, pero crecientes.

Ahora bien, el poder las reprime como puede y sabe. Primero fue con arengas calculadas, repetitivas, preventivas y masivas por  televisiones y radios con escenarios llenos de uniformes militares, de policías, de estadísticas y de sepulcros blanqueados; se ocultaron las malas imágenes y se potenciaron las retransmisiones de bingos, de bailes y de canciones desde hospitales y balcones. Luego ejecutaron vigilancias y censuras policiales al discrepante. Incluso aparecieron infiltrados entre la población como si fuesen de la policía secreta. Nos dieron altavoz a ingenuos defensores de la causa, fieles, inocentes y buena gente. Tachaban como gente de mala baba a los que se atrevían a criticar al gobierno y sus designios. Cuidado. Más temprano que tarde actuarán, si es el caso y hace falta, con violencia despiadada.

Pero la mancha de aceite del desencanto y la frustración no se disuelve tan fácilmente. Es imparable. Impregna la sociedad ya cansada de promesas que no llegan. La incertidumbre terrible y angustiosa se instala en los corazones. Muchos lo han perdido casi todo. Incluso algunos ya no tienen para comer y nadie les traerá la comida. Tienen que buscarla y para encontrarla no hay otra que salir de la cueva a cazar. Y si al salir no te dejan, descubres que no es una cueva: es una cárcel. Y la cárcel significa libertad restringida por la fuerza. Y a nadie le gusta ser preso ni esclavo de nadie. Somos inocentes. No hemos visto los muertos, no somos responsables de los mismos, y, aunque vivos y apenados,  estamos  hambrientos. Y con el hambre llega la rabia y la desesperación. Explota así la revuelta. Y con ella sale la violencia del pueblo reprimida en sus ojos y en sus tripas.  Violencia contra violencia.

Con todo desmadrado, ha surgido y crecerá el conflicto social y con el mismo el poder podría bailar de manos. Y al poder no se renuncia ni el poder se regala; se conserva o se pierde según como lo defiendas.  Y si no lo defiendes sea como sea  te lo arrebatan... sin piedad. Por eso ya, en la lucha final sin remedio aparecerá sin tapujos y descarnado el verdadero PROBLEMA: la lucha por el PODER.