Powered By Blogger

sábado, 30 de diciembre de 2017

NADA REAL CAE DEL CIELO

El cambio habido en España ha sido de tal calibre en los últimos 50 años que ha hecho que vivamos en un país radicalmente distinto pero con gran parte de su población inconsciente de esa transformación. Los cambios económicos, sociales y políticos en el mundo entero y en nuestro propio país han sido enormes y han provocado desviaciones en nuestros focos de atención y preocupaciones. Nos pasa a todos los españoles pero más en general a esa parte formada por los nacidos tras la muerte del dictador. Es lógico. Es difícil salirse de la realidad cotidiana llena de árboles que nos impiden ver un bosque tan evolucionado. Estamos ocupados con dedicaciones que nos ayuden a nuestro sustento, a sobrevivir; y vivimos en un mundo lleno de numerosos y variados reclamos externos a nuestra atención. Impiden que reflexionemos en cómo hemos llegado hasta aquí. No tenemos tiempo para miradas hacia atrás que creemos solo sirven para distraernos. 

Nos alegramos por nuestro bienestar conseguido, pero las más de las veces nos quejamos de infinidad de fatalidades que considramos injustas y no merecidas. Pero somos poco reflexivos para hacer un buen diagnóstico que explique porqué nos pasa lo que nos pasa. Tendemos a culpar a agentes externos actuales de nuestras desventuras o agobios sin reparar en que muchas de ellas vienen condicionadas por decisiones pasadas. Y cada decisión supone una elección y una renuncia que repercuten en nuestras vidas a corto, medio y largo plazo. Y no solo las decisiones individuales de cada cual son las que condicionan nuestro devenir. Una importante proporción de nuestros comportamientos o nuestro modo de vida las marcan otras personas que la mayoría de veces ni conocemos. Y entre ellas están fundamentalmente los políticos que dirigen nuestras instituciones. De ahí la importancia de elegirlos bien y sobre todo de controlarlos bien. Deben de dar cuenta de sus decisiones a todo el mundo. Y hay que exigirles una especial vocación de servicio a los demás. Para nada se les debe tolerar la más mínima acción corrupta. Ahora se dispone de instrumentos democráticos de control de nuestros dirigentes que aunque siendo imperfectos han servido a veces para descubrir y denunciar escándalos por corrupción que la justicia ha tratado convenientemente. No siempre fue así.

Recuerdo conversaciones con mis mayores sobre cuestiones políticas y sociales allá por finales de los años sesenta del pasado siglo, casi cuarenta años después de la última guerra civil entre españoles y viviendo bajo un régimen dictatorial opresor. Ellos tenían fresca la memoria. Intentaban transmitirme prudencia en mis opiniones, que se apartaran de la crítica al poder establecido pues lo contrario haría peligrar no solo mi bienestar sino incluso mi integridad física. Cerraban la puerta de la casa con cerrojo para asegurarse de que sus opiniones críticas con el régimen y expresadas en la intimidad familiar no fuesen escuchadas por oídos traidores y colaboracionistas y corriesen el riesgo de ser denunciadas. Tenían miedo...terror al poder. 

En esas conversaciones con mis padres y con algunos de mis maestros me transmitían pavor a hablar con libertad. Tenían recuerdos vivos de la contienda civil o de la dura postguerra española, llenas de represión y miserias, colmadas de suciedad y hambre, de violencias extremas y venganzas sumarias, de desconfianzas y recelos entre iguales, de chivatazos crueles, marginaciones y exclusiones sociales, de señoritos y serviles... En mi ingenuidad de niño y adolescente, sin embargo veía a mi alrededor un bienestar y una alegría que jamás podía peligrar. La guerra civil y la postguerra eran cosa de un pasado lejano con imposible retorno. Para mi era casi como hablar de los romanos y las guerras púnicas. Creía que vivíamos en otra era sin posibilidad de influencia por hechos históricos aparentemente tan remotos. No me daba cuenta de que hablaba con los protagonistas vivos de esos episodios históricos. Mi inconsciencia me impedía interiorizar que en parte tenían razón en la posibilidad de que se repitiese la historia si la desconocíamos. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena.

Veo a mucha gente ahora, en general por debajo de los 45 años, formando parte de una generación que ha vivido en la abundancia relativa. Se que las generalizaciones tienen sus riesgos de injusticia en las valoraciones, pero han de hacerse en el asunto que me ocupa para entenderse bien. La generación española de mis padres experimentaron el hambre y sus consecuencias; mis coetáneos, de 45 para arriba, en general no pasamos hambre pero si ciertas necesidades materiales no imprescindibles para mantener la biología pero si para disfrutar del bienestar con estándares europeos. Nuestro bienestar fue solo parcial. Muchos tuvieron o tuvimos que trabajar desde edades muy tempranas para contribuir al sustento familiar. A muchos se les impidió acceder a una más completa educación académica. Incluso no era extraño el que para poder estudiar tenía que trabajar simultáneamente. La universidad era algo inalcanzable para una mayoría social.

Sin embargo, la generación nacida tras el fin del franquismo, ya con la constitución del 78 en vigor, ha disfrutado de de un régimen democrático homologado y de un estado del bienestar asimilable a cualquier país europeo. Afortunadamente el pais había avanzado en su riqueza lo suficiente para que sus habitantes pudiesen vivir mejor. La sanidad se convirtió en un derecho universal, la educación hasta la secundaria también y el acceso a la vivienda en general fue asequible a una mayoría de población. Lejos quedaron los años en los que no se podía disfrutar de libertad de movimientos o de libertad de expresión, de no tener acceso a múltiples servicios públicos que hoy parecen caídos de la nada. Hubo años en España de red de carreteras escasas y en mal estado, muy lejos de autovías y autopistas actuales tan rectas ellas, anchas, bien asfaltadas y excelentes; o de trenes AVE o de aeropuertos modernos, excesivos y símbolos del despilfarro de nuevos ricos. La televisión pasó de no existir en los años cincuenta a nacer en blanco y negro con su posterior evolución al color. Hasta hace muy poco fue única y controlada en monopolio por el poder, nada de múltiples emisoras privadas y a todas horas. Se nos ha olvidado la obligatoriedad de difusión del “parte” por todas las emisoras de radio, ese informativo de radio nacional de España, instrumento de propaganda y difusión de consignas a mayor gloria del régimen. Se emitía con puntualidad a las dos y a las diez de la noche. Hoy la manipulación mediática existe pero es más variada y diversa y se hace desde posiciones ideológicas distintas que conviven sin violencias y con tolerancia entre ellas. 

Aquella España franquista oficialmente feliz y unida, tenía sombras terribles que oprimían a una parte de españoles. En la misma no existía el divorcio, aunque si la figura de los separados por la vía de los hechos sin reconocimiento de derechos, especialmente a las mujeres. Estas no podían salir del país sin el permiso del marido. Tampoco podían aspirar a ser juez por mucha carrera de derecho que estudiasen. La violencia machista contra las mujeres se calificaban de simples crímenes pasionales. El aborto se practicaba en sucios tugurios clandestinos que ponían en riesgo vital a las mujeres. Incluso robaban niños en instituciones sanitarias engañando a las mujeres que parían indefensas ante sanitarios sin escrúpulos. La homosexualidad era un delito condenada con marginación social, con tortura y cárcel o incluso con reclusión en manicomios. Estos servían para aprisionar no solo a enfermos mentales sino también a muchos desviados políticos opositores al régimen. Eran terribles las celdas de castigo de los “penales” que pude ver en el manicomios de Miraflores de Sevilla. No solo estaban las prisiones para los presos políticos de verdad. Gente en general pacíficas eran encarceladas y torturadas solo por su compromiso real en la consecución de un mundo mejor, más justo y solidario.

Conviene no olvidar ese pasado visto como tan reciente por los que en parte lo vivimos, aunque en sus últimos coletazos. Comprendo que los nacidos después piensen que ese pasado es lejano con imposible recurrencia en los tiempos actuales. Yo también lo pensé cuando me hablaban de nuestra guerra civil y de la postguerra del hambre y de la indigencia. Mi deseo es que la soberbia que nos da nuestro bienestar actual no nos ciegue y que no nos impida fomentar la solidaridad y la justicia social. La historia da lecciones que deben ser usadas para no repetir errores. Y para saber que lo que tenemos no nos ha caído del cielo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario